Si tuviese que dibujar a Yves Bernard lo haría con la bienaventuranza anterior. Pero además de corazón limpio tiene una sonrisa franca que ilumina su rostro de ochenta años. Esa sonrisa, junto al dominio de la lengua local nigerina del Djerma, es la divisa que lo define, que lo posiciona junto a los enfermos que visita con la naturalidad de una humanidad que sabe afrontar el dolor del enfermo con un talante que da la sabiduría de los años, el saber estar. Y él sabe estar como nadie: bromea, maneja magistralmente los proverbios, con todos se para sin excepción y a todos les dedica una palabra de aliento y una sonrisa.
- Los proverbios de los Evangelios, me decía, son semejantes a las palabras de algunos pasajes del Corán. Y esto, seguía diciéndome, hace que se produzca, sin alharacas, el tan traído y solemne diálogo con el Islán, pero sin formalidades y de manera espontánea.
- Yo he venido a esta tierra por amor –dice. Ya son cuarenta años visitando los hospitales de Niamey. Para mí, más allá de ser musulmán o cristiano, que aquí somos casi insignificantes los católicos, lo que tengo delante siempre es una persona a la que servir. Desde muy joven tuve predilección por el hombre y el medio musulmán. Por eso me hice misionero. Y esta predilección va más allá de las creencias o religión que cada ser humano pueda tener. El encuentro que hacemos con la persona que sufre la enfermedad nos iguala a todos. Aquí veo yo una raíz clara de mi vocación. En ese encuentro contextualizado por el dolor ajeno fluye la cordialidad, el respeto, el amor. Por eso, insisto, me hice misionero. Por eso llevo tantos años aquí. Además, el Señor me ha regalado cincuenta años de vida sacerdotal que humildemente he entregado a esta gente.
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